Historia
La expresión “psalterium beate Mariae” aparece por primera vez en un manuscrito de 1243 para designar explícitamente la recitación de tres grupos de 50 Salutaciones. Decimos Salutaciones, porque en esos momentos se rezaba sólo la primera parte del saludo del arcángel Gabriel; la segunda parte del Avemaría no se añadiría hasta comienzos del siglo XV. El origen y la consolidación del Rosario no están del todo claros (parece que pudiese haber nacido con los benedictinos y haberse consolidado con los cartujos), pero sí está claro que su difusión se debe sobre todo a los dominicos. En el año 1470, Fr. Alain de la Roche –o Alano de Rupe- funda en Douai la Cofradía del Salterio de la Gloriosa Virgen María. Siguiendo este ejemplo, se funda en Colonia en el año 1475 la primera Cofradía del Rosario, con tanto éxito que pronto se fundan cofradías del Rosario en otros conventos dominicos pasando a ser responsabilidad de la Curia Generalicia de la Orden de Predicadores (Roma) en 1485.
En este contexto, aparece la Cofradía del Rosario también en el convento de Santiago de Compostela. Como era la norma, en esta cofradía se admiten a todos los fieles de cualquier edad, sexo y condición, siendo la única exigencia inscribirse en el libro de la cofradía. La obligación que se adquiría (con las salvedades obvias de poder inscribir a personas de cualquier edad y condición) era rezar los 15 misterios o “dieces” del Rosario una vez a la semana. Como se deduce, se trata de cofradías de potencial solidaridad espiritual que no se ocupaban de actos concretos de culto, ni de apostolado, ni obras de caridad. En “contraposición” a esta Cofradía del Rosario, que llamaremos universal, nace poco después la Cofradía Numeraria del Rosario, que adquiere obligaciones concretas en la preparación de las festividades de la Virgen María y del entierro de los hermanos cofrades. También comienza a realizar obras de caridad, primeramente, entre sus propios miembros.
Esta Cofradía Numeraria, que es la que hoy persiste, fue fundada en la Iglesia de Santo Domingo de Bonaval de la ciudad de Santiago a finales del siglo XV. Los fundadores eran familiares del Conde de Altamira y sus nombres han persistido hasta la actualidad: Alonso de Ulloa, Alonso Rodríguez de Silva y Juan Rodríguez de la Navas. El primer documento escrito del que hay constancia es una fundación de una misa mensual, en el altar de Nuestra Señora del Rosario, a cargo de Lope Sánchez de Ulloa y Moscoso, I Conde de Altamira, el 15 de abril del año 1500. El altar referido estaba en la capilla absidial del lado de la epístola, y es donde en los primeros años tuvo su sede la Cofradía, hasta su traslado a su primera capilla propia en 1621.
La Cofradía fue organizada en su forma tradicional de cofrades numerarios por la familia del Conde de Altamira en 1504, pero sin llegar a tener la aprobación de la autoridad competente inicialmente. No se puede obviar a este respecto la rivalidad existente entre Lope Sánchez de Ulloa y el entonces Arzobispo de Santiago Alonso III de Fonseca. Así, pasaron años de preparación y fallecieron los dos primeros condes de Altamira, hasta que el 22 de enero de 1516, los cofrades numerarios aprueban sus primeras constituciones en cabildo celebrado en la Capilla de la Corticela (actualmente inclusa en la Catedral de Santiago como parroquia de extranjeros), siendo sancionadas por el propio Arzobispo Alonso III de Fonseca y confirmadas por el Provisor de la Diócesis, canónigo D. Gonzalo Maldonado, el 19 de marzo del mismo año.
«Consta por ellas que dentro de la Capilla de Santa María de la Cortizela, en 22 de Henero, año del nacimiento de Nuestro Saluador Jesuchristo de 1516, Juan Paez, vicario, y otros 22 cofrades, que se nombran, otorgaron Poder, ante Fernando de Lema escriuano y notario Publico, por si, y en nombre de los otros cofrades ausentes, a fabor del Juan Paez, Gabriel de Goian y Juan Rodríguez frade, confrades de dicha Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, y a cada uno ynsolidun, para que mediante, tenían acordadas, y en escrito, ciertos capitulos, a manera de ordenanzas, de como se an de seruir, Nuestra Señora y la dicha Confradia, que asta entonces, no estauan aprouadas para se guardar, pudiesen pedir y suplicar, al Nuestro Muy Santo Padre y a su bize Chanceller, y a la Reyna Nuestra Señora, y a los sus oydores del Consejo y Chancelleria, y al Reuerendo Señor Arzouispo de Santiago, Nuestro Señor, y a su Prouisor y a los mannificos señor y nobles señores Gobernador y Alcaldes Mayores de su Alteza, de este Reino de Galicia, y dotro qualquier que poder y facultad tenga que conformen, e aprueuen, y manden guardar y cunplir, las dichas ordenanzas, y Capitulos e ynterpongan a ellos, y a qualquier dellos, o aquelos que / dellos biesen ser onestos e a seruicio de Nuestra Señora su autoridad y decreto».
La sede
En cuanto a su sede, la Cofradía siempre la mantiene en la Iglesia de Santo Domingo de Bonaval. En el año 1621 inaugura su capilla propia (donde actualmente se encuentra el Panteón de Galegos e Galegas Ilustres), pero pronto amenaza ruina, por lo que entre 1635 y 1649 construyen la Capilla actual en el lugar denominado Quintana, tras acordar con los frailes dominicos una permuta del terreno según documento conservado en el Archivo Histórico de la Universidad de Santiago (sección Bienes Nacionales, legajo nº 1040). Dicha permuta permite a los Cofrades la obtención de un terreno con menos humedad y da opción al convento de crecer hacia el bosque desde la iglesia de forma más racional, dado que la ampliación hacia el sur era mucho más limitada por la orografía y la posición de las viviendas existentes. La Capilla actual está presidida por un retablo neoplateresco realizado por Jesús Landeira tras ganar su proyecto el concurso público convocado, finalizándose su instalación en 1913. En el centro del retablo se ha colocado una imagen gótica de la Virgen del Rosario (adaptación de una imagen del siglo XIV) que ha sustituido a la Imagen de la Virgen de la O (o de la anunciación), también gótica, obra maestra del siglo XV, que presidía el anterior retablo barroco, del que se conservan unas pocas imágenes en el coro alto de la Iglesia.
Los miembros de la Cofradía
Inicialmente componen la Cofradía 55 cofrades numerarios (varones exclusivamente, que personifican las cuentas del Rosario) y 12 cofrades exentos, además de frailes dominicos, mujeres de cofrades, hijos e hijas de cofrades. Son sólo los 55 cofrades numerarios los que tienen pleno derecho, pudiendo votar y acceder a puestos de dirección (salvo excepciones puntuales). El número de cofrades va variando a lo largo de los siglos en sucesivas modificaciones, llegando a 120 cofrades numerarios en las constituciones de 1790 y a 150 en los estatutos de 1993, como el número de Avemarías del Rosario completo. Siguiendo el mismo simbolismo, y tras la publicación el 16 de octubre de 2002 de la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae que añade los misterios luminosos, en la actualidad se plantea la ampliación del número a 200 cofrades.
A pesar de tratarse de una cofradía numeraria de varones, siempre han formado parte de la institución, beneficiándose de ella, los familiares de los cofrades. Desde sus inicios se ha tenido por “cofradas” primero y “cofradesas” después a las esposas, a las hijas y a las viudas de los cofrades con los mismos beneficios que ellos pero sin formar parte del Cabildo, y por lo tanto sin derecho a voto activo ni pasivo. A día de hoy se está en proceso del cambio estatutario que, entre otras modificaciones menores, equipare al varón y la mujer en el seno de la cofradía.
Los cultos de la Cofradía
La Cofradía siempre mantiene la organización de numerosas fiestas en honor de la Virgen María a lo largo de todo el año. En sus inicios, su fiesta principal era en la octava del Corpus Christi, celebración principal a la que los cofrades numerarios tenían obligación de asistir, pero poco tiempo tras la Victoria Naval de Lepanto el 7 de octubre de 1571 comienza a celebrarse esta fiesta, dada la poderosa encomendación de la cristiandad al rezo del Rosario a instancias de Pío V, convirtiéndose en la fiesta principal de la Cofradía tras la concordia con los frailes dominicos de 1649, algo que se mantiene hasta la actualidad. Esta celebración se convierte en fiesta de la Iglesia Universal a cargo de Clemente XI el 3 de octubre de 1716. Entre las festividades de la Cofradía destaca también de forma especial la Purificación de Nuestra Señora.
Sin duda, el acto público más conocido de la Cofradía es la Solemne Procesión del Viernes Santo que Conmemora el Santo Entierro del Redentor. Fue constituida (de forma independiente a la de los frailes) en el año 1581 y salía a continuación de la procesión de los dominicos, denominándose a lo largo de su historia como procesión de la Quinta Angustia, de La Soledad y, tras la desamortización, del Santo Entierro. Es la procesión de la Semana Santa compostelana más antigua que ha subsistido en su forma tradicional. El Cristo yacente procesional es de Gregorio García y Pedro Suárez y data de comienzos del siglo XVII (hay constancia de su encargo en 1619), si bien ha sido profundamente remodelado en el siglo XVIII. Sale a la calle dentro de una magistral urna realizada en 1740 por Tomás Fontenla, según dibujos de Manuel Leis y ampliada por Bonome en 1958. La “Virgen de los Cuchillos” que también procesiona el Viernes Santo es obra de Cástor Lata con el trono ampliado por Bonome y dotado de faroles por la Joyería Ángel en 1960; está vestida con el conocido como manto de Isabel II por ser realizado bajo patrocinio de esta monarca (que aportó el 50% de los 20000 reales del coste total). La Cofradía, también se hace cargo en el año 1596 de la Solemne Procesión de Pascua en la mañana del Domingo de Resurrección, heredando el encargo que al parecer tenía la Cofradía de la Virgen de Bonaval, extinta en 1587. Esta procesión se mantuvo hasta avanzado el siglo XX, desapareciendo de forma definitiva con los Estatutos de 1993 que la trasladaban a un acto sólo interno, en la tarde del Sábado Santo en el transcurso de la Vigilia Pascual.
Los actos funerarios
De los actos de la Cofradía, hay que destacar los actos funerarios por su importancia desde el inicio. Varias de las 38 constituciones primitivas de 1516 se referían al proceder a la hora de enterrar a cofrades o a sus familiares. Se imponían a los cofrades de número turnos obligatorios para velar a los cadáveres y era obligatoria la asistencia a los entierros. Este espíritu se mantiene en las siguientes constituciones y, con menor celo, en los estatutos de 1993. Los sufragios obligatorios por los cofrades difuntos persisten hasta la actualidad, como ocurre en la mayoría de hermandades, si bien en nuestra Cofradía el número de sufragios es generalmente mayor.
La propia fisionomía de la Capilla del Rosario, con sus arcosolios, tiene mucho de monumento funerario, y este carácter se realza con la creación del cementerio propio en el jardín de “A Quintana”, bendecido y aprobado el 20 de febrero de 1814. Desde su creación, muchas familias compostelanas descansan en él, estando repleto de nombres ilustres que mientras exista la Cofradía tienen aseguradas unas mínimas oraciones anuales. La posibilidad de enterrase en el cementerio propio, es uno de los derechos de los cofrades y de algunos de sus familiares que más demanda han tenido y tienen.
La cofradía desde la desamortización
La Cofradía va evolucionando a lo largo de los siglos, manteniéndose fiel a su espíritu fundacional de organizar los cultos a Nuestra Señora. Convive durante algunos periodos relativamente breves con otras cofradías del Rosario con fines diferentes (más acordes con la norma de la orden de predicadores que los de la Cofradía Numeraria). Este mismo espíritu fundacional supone en algunas ocasiones colisión de intereses con los frailes de Santo Domingo que llegan a su extremo en el largo pleito que desencadena en las constituciones de 1790, pero que proviene de importantes antecedentes que se habían resuelto con concordias.
El siglo XIX, que se inicia con el terror de la “francesada”, es especialmente convulso. Tras la exclaustración de los dominicos, la situación cambia de forma radical. Inicialmente existe mucha confusión y la Cofradía tiene que demostrar su independencia total de la Orden, lo cual queda suficientemente probado (confirmado, en cuanto a sus rentas, por la Real Orden de 31 de octubre de 1841). El complejo del convento queda en manos del Estado y este le da inicialmente uso para el ejército, produciéndose una rápida destrucción del edificio. Muchas piezas de madera (incluso restos de retablos) son utilizadas como leña, el órgano del coro alto es destruido, una explosión de pólvora daña el camarín, etc. Se llega a plantear la posibilidad de derruir el ábside gótico de la iglesia, si bien la iglesia de Santo Domingo nunca ha sido propiedad del Estado y nunca estuvo dentro lo desamortizado, según se puede consultar en diversos documentos, de los cuales la Cofradía conserva una de las cartas del Delegado de la Desamortización. En este contexto, la Cofradía ve peligrar su economía, ya que sus rentas no se recuperan hasta 1855 y la colaboración de los frailes dominicos en los cultos (por un bajo precio) desaparece; a lo que se suma que el Arzobispado encarga a la Cofradía la custodia de todo el templo aumentando los gastos de mantenimiento. En este periodo aparece la Junta Gobierno y Hacienda como manera más eficaz de gobernar la entidad, dado que hasta entonces cada vez que había que tomar alguna acción debía reunirse el Cabildo General. En sus primeros años de existencia, esta Junta de Gobierno tiene que afrontar complicadas situaciones en relación con las reparaciones en la Iglesia, el uso del cementerio, el mantenimiento de los cultos, etc. Como recurso de necesidad, la Cofradía solicita colaboración de la Casa Real obteniendo siempre respuestas positivas permitiendo la conservación del templo entre otros asuntos, aceptando la Familia Real visitar la Cofradía en varias ocasiones y aceptando la Reina Isabel el título de Hermana Mayor perpetua (ella y sus descendientes) el 9 de septiembre de 1858, pasando desde entonces la Cofradía a utilizar el título de “Real”.
Cuando se instala el Hospicio en el antiguo convento, la Cofradía colabora financiando la mitad de los gastos anuales de los huérfanos (la otra mitad la pagaba el Concello). En cuanto a otras acciones de caridad, se seguía funcionando como una especie de mutua que protegía a las viudas e hijas solteras de cofrades que quedasen en situación vulnerable, y también a los cofrades de número en caso de necesidad. En esta época, siguen formando parte de la Cofradía nombres ilustres de la sociedad compostelana, destacando muchos durante el siglo XIX y XX. Cabe recordar, por citar sólo a algunos de reconocido prestigio, a Eugenio Montero Ríos, Alfredo Brañas Menéndez, Luis Rodríguez de Viguri, Miguel Gil Casares, Gumersindo Sánchez Guisande, Jesús López de Rego Labarta o José Puente Castro. Es un nuevo periodo dorado tras adaptarse a la situación resultante de la desamortización. Esta época la podríamos dar por terminada con la restauración y ampliación de los pasos procesionales principales para el Santo Entierro (que son los dos que han pervivido) a mediados del siglo XX.
Los últimos tiempos hasta la actualidad
En la segunda mitad del siglo XX se entra en una época de inacción. Es incluso un periodo del que no constan prácticamente actas de Juntas y Cabildos, entrando de nuevo la Cofradía en una situación complicada de la que se sale con la aprobación de los estatutos de 1993. Los últimos 5 años del siglo pasado son un momento de gran impulso, con los actos culturales de preparación del V Centenario y un fortísimo esfuerzo restaurador para el que se recurre a donativos especiales de cofrades, a préstamos bancarios y a ayudas públicas. Los cambios en la tipología de algunos cargos directivos, que ahora permanecen cinco años consecutivos en el puesto, permite un mejor trabajo. Las cuentas bancarias y la recaudación mejoran nuevamente y la institución queda reflotada con una solvencia que se mantiene.
Los cambios sociales globales del presente siglo, y los cambios dentro de la propia Iglesia, están llevando a nuevos cambios que permitan que la Cofradía del Rosario permanezca siendo un bien útil.

